Reconstrucción

Reconstruyo casos que involucran la muerte de mujeres y de los cuales existen registros fotográficos o documentación visual de dominio público. Mujeres, anónimas en principio, que adquirieren trascendencia gracias al registro que mereció la ocasión de su muerte.

A partir de la lógica del expediente y utilizando un medio efímero como soporte mi intención es reproducirlos evocando tanto la escena y registro original como la sordidez y desafección contenidas en su publicación.

Fotógrafa, víctima y genealogista; selecciono las imágenes que se instalan al borde de la belleza y la duda; y las protagonizo. Generando una serie de copias a tamaño real que son exhibidas del revés emulando el despojo de una publicación y lo velado e inaccesible de la muerte.

Indicando la época de la fotografía, éstas imágenes ponen en juego la diferencia entre la hostil captura original y la planificación detallada de su reconstrucción. Mi propia inclusión en las fotografías, en última instancia, obedece también a una proporcionalidad inversa que se da entre el narcisismo obvio de auto retratarse y el absurdo de hacerlo en condiciones imposibles.

Tal vez quien haya visto la obra acabe volviendo al tipo de las imágenes originales, que en lo cotidiano aparecen ya desapercibidas para -tras haber desplazado el ángulo de la mirada- verlas como por primera vez.

 

Habitar la muerte

Nació su hija y se fue a vivir un tiempo al campo. Ya antes, las primeras habían sido las fotos de pastizales, caminos perdidos, lagunas, pantanos… Prender linternas, moverlas mientras la cámara aloja la luz e intenta calmar la tensión de lo que no se deja ver. Esas imágenes nocturnas iban a funcionar como escenarios vacíos que podían ser habitados por un cuerpo, el suyo, y por la posibilidad de ensayar mil posturas distintas de su propia muerte. Lo que le daba esa posibilidad, la posibilidad de habitar la muerte, era que ella estaba viva.

Trabajar sola, preparar el equipo, subir al auto, estacionar en el medio de la noche, a veces noches heladas. Cámara en trípode. Tiritando. Obturar y el timer empieza a correr. Semidesnuda, embarrada, acostada en lugares húmedos, ya sin sentir el frío, alumbrada por los faros del auto. Tirarse, relajar los músculos, la cámara dispara distante, repetirlo. No mirar los resultados, trabajar a ciegas. Juntar el tendal, entrar a ducharse, los huesos helados después de la intemperie. En la soledad que había elegido pensaba en la mujer que encarnaba: cómo había llegado allí, había muerto de un síncope, había muerto violentada. Imaginaba el relato. Revelar. Copiar. Insistir. Las luces del coche le recordaban sus viajes al campo de chica: salir a cazar liebres, a la noche, aplastar maizales con las ruedas de la camioneta, que los faros encendidos los guiaran en la oscuridad. Algo de persecución y desesperación empezaba a emerger.

Entonces volvía a la ciudad, y aparecían otros escenarios: esos descampados al costado de la autopista, debajo de los puentes, después de la banquina… escenarios donde podría haber ocurrido algo: un hecho violento, un accidente, el sitio donde se abandona el cadáver de una mujer asesinada. Y tomando un café en un bar, un día cualquiera, hojeando una revista vieja, una foto del cuerpo de Marilyn. Simplemente una mujer muerta en su cama con una mesita llena de frascos de medicamentos, papeles y collares. Era Otra. Intuyó que ahí estaba todo. Montó la escena, la reprodujo en los detalles más mínimos, consiguió sus objetos, ocupó su lugar, cargó la cámara y se tendió en su cama, aplastó la almohada. Se revolvió el pelo, desnuda. Intentó deprimir la espalda. 12 fotos. Imprimir. No funcionaba del todo. La obviedad de la muerte no bastaba. Inquieta por entender lo inentendible fue al museo de la morgue, tomó clases de forense, revisó autopsias, se metió en los archivos… así empezó a tomar forma esta serie.

A propósito eligió otros casos, no tan reconocidos ni trascendentes. Sin muertas famosas. No quería data por fuera de su reconstrucción. Aparecieron otras imágenes publicadas por la prensa, al borde del olvido. Quedaron algunas: las que fueran vagamente reconocibles para el espectador, pero que de algún modo su reconstrucción se las estuviera contando de nuevo como si fuera la primera vez.

Recortó, observó, juntó, reconstruyó, actuó y fotografió las imágenes de 7 muertas. Podían ser más, pero 7 eran suficientes. Ellas no eran nadie al momento de morir. Eso quería.

Tuvo que desarmar a la fotógrafa que había en ella, romperla, limpiarla. Probó con una cámara doméstica. Tenia que ser como que cualquiera podía haber tomado esas fotos: un empleado de la policía, alguien que pasaba por la calle, la imagen tenía que estar sucia, descuidada. Pensó que quien oficiaba de fotógrafo era un tipo cansado de su trabajo, alguien cansado y sin ganas tomando fotos de mujeres que habían muerto cansadas y con ganas de nada. Recorrió imprentas de barrio y papeleras desatendidas. Eligió el papel mas burdo y la tinta que más se abandonara, corroyera y sangrara, e incluso ojalá, con el tiempo se borrara. Fue a buscar las impresiones, dio vuelta el papel y las encontró.

Armó la serie asomándose a lo que no se deja ver, pisando sobre lo que no se animaba, con ganas de todo.

 

Selva Almada y Rosana Simonassi
Buenos Aires, Mayo 2015

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