Nemini Parco

Hay creyentes, agnósticos y ateos con respecto a las divinidades, pero nadie duda de la existencia de la Muerte, una certeza que se asienta en el temor a que se abra la puerta que todos hemos de cruzar algún día. Desde la lejanía, todos hemos oído alguna vez a Cerbero en algún lugar del alma, dispuesto a hacer temblar el ánimo con uno sólo de sus ladridos.

Las Danzas de la Muerte medievales, así como la mentalidad barroca, recordaban que la Parca no distingue entre clases sociales. La Emperatriz del abismo a todos doblega, y ante ella se inclinan los cuellos. Pero, desde el nacimiento, buscamos una chispa de esperanza en la oscuridad de la ignorancia para que ese temor ensombrezca mínimamente la llama de la vida, armando al corazón con rituales más o menos complejos, aprendidos de la sociedad que nos ha dado el ser y que será la misma que nos devolverá al polvo, desde las oraciones que nuestra madre nos enseñó de niños a las grandes movilizaciones colectivas que refuerzan el ánimo. Para que, cuando la eterna Segadora susurre nuestro nombre, y se excuse diciendo que “Nemini Parco” (“A Nadie Perdono”), encontremos recodos de dignidad ante el dedo que a todos nos ha de señalar.

Este trabajo no pretende ser un canto a la muerte, sino a la vida. A esa lucha esperanzada que todos sostenemos para no olvidarnos de recoger las rosas en este día que, por mucho que dure, también tendrá un sol que se ponga para él.

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