La serpiente líquida

La Amazonía no es ni hombre ni animal. Es híbrida por naturaleza.

Espejos de la contradicción del ser humano, de un mundo que le es propio y ajeno al mismo tiempo, la amazonía concibe ciudades sobreestimuladas impregnadas de una fuerza salvaje, las cuales son al mismo tiempo mecanismos de subsistencia. Incluso los grupos indígenas disgregados en la selva, separados por el idioma pero íntimamente relacionados por la memoria, comparten los mismos mitos y convicciones religiosas.

Pero el proceso de transformación acelerado que vive la Amazonía depende tanto de las fuerzas internas naturales como del orden económico internacional. A partir de la denominación como una de las siete maravillas naturales del mundo en 2011, el foco mundial apunta a la Amazonía y renueva la discusión sobre las políticas empleadas en la región.

El momento histórico consolida un modelo hegemónico extractivo, con una aculturación progresiva de las comunidades indígenas que necesitan de medicamentos, machetes y baterías para sus linternas, generando procesos de transformación radicales de su cultura autóctona.

La participación de nuevos actores sociales con fuertes intereses económicos globales profundiza al mismo tiempo el desequilibrio ecológico, al no tener en cuenta la biodiversidad y promover la degradación del medio ambiente.

Oro, petróleo, tráfico de especies animales, monocultivos, deforestación a gran escala y la introducción de ganado bovino son algunos de las actividades que amenazan la sostenibilidad, con grave riesgo de contaminación de los cursos de agua dulce, y por ende, de la vida misma.

Y en esa transformación del curso de la vida, paulatina pero constante, la Amazonía también modifica al que se acerca a ella.

Nicolás Janowski

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